Javier Riol García es todo un enamorado de su profesión. Asegura que no podría ser de otra manera ya que la Fisioterapia, una carrera que descubrió cuando todavía era una disciplina desconocida y que poco a poco le fue gustando cada vez más, es muy exigente y sacrificada. “Te tiene que gustar. El que se mete en esto es porque realmente le gusta. No puedes meterte por dinero. Los pacientes se ponen en tus manos para que les soluciones sus dolencias”, enfatiza. Y al margen de los conocimientos sanitarios, la empatía en el trato directo y el aspecto psicológico también juegan un papel fundamental.
Y requiere de una constante evolución. De hecho, cuando él empezó básicamente se limitaba a masajes, algo de estiramientos y manipulaciones. Ahora ha ido evolucionando hacia técnicas más invasivas como la punción seca, la diartermia o la electrólisis percutánea para las tendinopatías. “Salvo el ecógrafo, la mitad de los aparatos que utilizo yo ahora no existían cuando estudié o, por lo menos, no estaban en manos de fisioterapeutas, explica.
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